Hablar de este tema es delicado y más dada la naturaleza de nuestra publicación. Siempre insistimos en que lo que damos desde aquí son consejos y alguna orientación, pero también debemos dejar claro que en ningún momento lo que escribamos es un sustituto de lo que pueda decir un verdadero especialista.
El acoso escolar es un asunto particularmente grave no sólo por el hecho de que nuestro hijo o hija pueda sufrirlo por parte de algún compañero o compañera de clase; también porque es algo de lo que el niño no suele hablar. Muy a menudo se lo guarda ya sea porque le da vergüenza, por temor a una represalia o porque estando seguro en casa lo último que quiere hacer es recordar los malos momentos en el colegio o en el instituto.
Seguramente no nos contará lo que le está ocurriendo, así que los padres debemos ser observadores: si notamos un repentino cambio de humor, si rompe a llorar sin razón aparente, sufre náuseas, nos encontramos con alguna clase de deterioro en su material, no quiere ir a las excursiones organizadas por la escuela o aparecen hematomas que achaca a caídas debemos preguntarnos si estamos ante un caso de bullying.
Sentémonos con nuestro hijo y mostrémonos dispuestos a escuchar. Hay que dejar que se desahogue y vea que puede confiar en nosotros. No perdamos la paciencia si vemos que le cuesta contarnos algo: lo importante es que sepa que estamos ahí. Antes o después nos contará qué ocurre.
Es elemental hablar con el tutor o el director de la escuela y ponerles al tanto de la situación. No temamos pedirles ayuda. Ellos nos ayudarán a esclarecer la situación y, dado que conocen a los alumnos, sabrán decirnos cómo actuar. También es importante que nos mantengan informados y nos comuniquen si son testigos de alguna situación de acoso, incluso que nos digan cómo han actuado.
Como padres que somos es lógico que nos sintamos preocupados. Pero debemos hacer un esfuerzo y, al menos ante nuestro hijo, cambiar esa preocupación por calma, determinación y una actitud positiva. Por muy negro que lo veamos todo debemos también convencernos de que podemos encontrar una solución.
Finalmente, y esto es lo principal, debemos ser conscientes de que no somos psicólogos. Ante casos como estos hay que ser realistas: si la ansiedad del niño es extrema nada podrá sustituir a un especialista. Él sabrá qué hacer dada su experiencia y hará lo mejor por nuestro hijo.
Todos estos consejos pueden resumirse en lo que hemos dicho tantas veces: en momentos difíciles debemos ser el mejor apoyo de nuestro hijo, pero también saber actuar conociendo nuestras limitaciones.
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