No sabemos si fue el más cruel, pero desde luego ha pasado a la historia como el pirata más terrorífico. Se llamaba Edward Teach. Quizá este nombre no os diga nada, pero si os decimos que se le apodaba "Barbanegra" seguramente compartiréis con los marineros de principios del siglo XVIII cierta inquietud.
Se le describía como a un verdadero diablo: gigantesco, de ojos feroces, pelo negro como una noche sin luna y con una enmarañada barba ¡de la que salía humo! (se colocaba mechas de velas entre el pelo para asustar a sus enemigos). Incluso sus hombres decían que había nacido en el infierno: se cuenta que una vez se encerró con ellos en la bodega de su barco, la incendió y retó a toda la tripulación a aguantar todo lo que pudiera entre el fuego y el humo. Por supuesto el ganador fue Teach.
Pero lo cierto es que Edward nació como un humano cualquiera, aunque nadie sabe a ciencia cierta si lo hizo en Bristol (Inglaterra), Carolina del Sur (actuales Estados Unidos) o en la isla de Jamaica. Sus primeras andanzas documentadas tuvieron lugar en el Caribe, como corsario a sueldo de los ingleses durante la Guerra de la Reina Ana. Luchó contra los franceses hasta que Inglaterra se retiró de la Guerra de Sucesión, momento en el que decidió dedicarse a la piratería (al fin y al cabo no sabía hacer otra cosa).
Comenzó como parte del personal de Benjamin Hornigold, pero pronto sintió la necesidad de ser su propio jefe. Así que en cuanto pudo capturó un buque francés, lo llamó "Venganza de la reina Ana", se bautizó a sí mismo "Barbanegra", y se dispuso a hacer distintas fechorías desde Carolina del Norte a Honduras.
Gracias a los relatos sobre su crueldad, locura, las descripciones de su apariencia y su bandera (sobre fondo negro un demonio que sostenía un reloj de arena en una mano y en la otra una lanza que apuntaba a un corazón sangrando) se labró una temible fama que, en muchas ocasiones, le permitió conseguir grandes botines, sitiar ciudades sin apenas esfuerzo o bajas y lograr alianzas políticas con gobernadores asustados.
Hubo, sin embargo, quienes decidieron plantarle cara: el gobernador de Virginia, Alexander Spotswood y el teniente Robert Maynard tendieron una emboscada al pirata en Ocracoke, Carolina del Norte.
Barbanegra no sobrevivió, pero su muerte sirvió para convertirlo en un ser más mítico aún: la leyenda dice que hicieron falta veinte heridas de alfanje y cinco balazos para acabar con él. Incluso se cuenta que, después de que Maynard le cortara la cabeza, el cuerpo del filibustero todavía tuvo fuerzas para nadar alrededor de su barco.
Mito y realidad se funden en Edward Teach ¿Se trató de veras de un pirata que daría miedo al mismísimo diablo o de un astuto marinero que se creó una reputación y la aprovechó al máximo? No hay pruebas concluyentes de una cosa ni de otra. Bien pensado quizá sea falta la que ha hecho de Barbanegra un pirata legendario.
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